lunes, 2 de agosto de 2010

I

¡Sorpresa! ¡Consternación! El lunes de la semana en la que se votó en Senadores la ley de matrimonio igualitario, me encuentro, en la sala de profesores, una planilla de la Federación para juntar firmas a favor. "¿Quién la trajo hasta acá?", me pregunto. En mi cabeza congratulo a los directivos por semejante hazaña, es más, hasta quiero ir a felicitarlos personalmente. Meto el gancho y espero a que lleguen los demás profesores. Y llegan, todos, miran la planilla, inmutables, y van a buscar su café. Yo, mientras, los miro ansioso: "¡Este firma! Bu. No", "¡Este sí que firma! Bu. No". Y así hasta que termina el recreo.
Llego al aula de los alumnos más grandes y me pongo a leerles algo de Arlt. Un grupito me distrae, están enfrascados en un duelo verbal que me pica la curiosidad. Intuyo algo interesante. Me acerco, terminada la lectura, y pregunto. Resulta que están, claro, debatiendo la ley, intentando convencer a uno que no deja de plantar argumentos religiosos. Ismael -JOYA de alumno- me dice que no puede entender tanta resistencia; de hecho, me dice, dejó en sala de profesores una planilla para que firmen a favor -¡Pero claro! Puta madre, qué estúpido que soy, quiero gritar. Ismael las imprimió de internet y recorrió todo Lomas en busca de firmas. "Junté unas doscientas", dice un poco defraudado. Le digo que yo firmé la de sala de profesores, y él, ansioso, me pregunta cuántos más. Ninguno, le contesto. Bueno, me responde, hasta el miércoles seguro firmarán.
Pero llega el miércoles y en la planilla sólo aparecemos tres firmas: la laboratorista -21 años-, la otra profe de literatura -amiga mía, claro está-, y yo. Cuando se la alcanzo a Ismael, a la salida, no lo puede creer. "Qué decepción", me dice, realmente triste, "qué decepción". Yo intento decirle que lo importante es que él y sus compañeros tomen posición, compromiso. Que los demás, bueno, son viejas generaciones. A él no le convence -como a mí tampoco- lo que le digo, y nos vamos caminando para la estación.
A las pocas horas ya estoy en la plaza con mis compañeros, y mientras armamos una carpita lo veo a él, a Ismael, con un grupo de amigos. ¡Gran dilema! ¿me expongo o me hago el boludo? Ismael no merece un boludo, pienso, y me acerco a saludarlo.
Hablamos mucho, hasta que llega su novia Maia y saluda "al profe". No puedo dejar de sentir cierta gratitud por esos chicos, y no sé cómo retribuirlo.
Entonces voy a la carpa y agarro una revista de la agrupación. "Tomen -les digo- ahí hay una nota mía". Me miran con sorpresa, con la sorpresa del que descubre justo lo que quiere del otro, cierta intimidad. "Que quede entre nosotros -pido- sería un cataclismo que lo lean todos". Odio cada una de esas palabras, pero a la vez se crea un clima de complicidad que nos gusta.


Pasa una semana y en el aula un alumno me confiesa, frente a todo el curso, que al principio, cuando nos conocimos, pensaba que yo era puto, pero ahora ya no. "¿Y eso me hace mejor? -le respondo- porque lo decís como si hubiera ganado una batalla..."
Ismael, en el primer banco, me mira y se sonríe.
Le devuelvo la sonrisa, claro está, y tengo la sensación de que un círculo termina de cerrarse.

2 comentarios:

  1. Ay Haches, Haches... qué ganas de hacerme emocionar eh. Abrazote desde Barcelona, y hasta pronto. Mar.

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  2. Que bueno que esos pibes te tienen a vos y no a la maestra que revindica a Massera.
    Y que bueno que vos tengas a los pibes...

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