martes, 10 de agosto de 2010

V

Yo le explico que no pasa nada, que sólo se hacen los cancheros, que nadie la va a lastimar. Porque ella me había dicho que tenía miedo, Lucero, cuando le pregunté qué le pasaba que temblaba así. Miedo a mis compañeros, aclara, y me cuenta que en Perú no veía tanta violencia, y que llegó hace tres meses. "Estamos nosotros -le digo- para cuidarte". Entonces veo que se le pasa un poco el temblor en los hombros, y medio que me sonríe. A partir de ese día fue mi escolta durante todos los recreos, me seguía a paso firme hasta la sala de profesores y me esperaba en la puerta hasta que tocase el timbre. Ibamos en silencio todo el trayecto, hasta la vuelta al aula. Días antes de que dejara de venir al colegio se animó, Lucero, de trece años, juntando coraje, haciéndose fuerte, a darme la mano. Y así fuimos, en silencio, de la mano, del aula a sala de profesores, y de sala de profesores al aula.

1 comentario:

  1. Solo hay dos tipo de personas que pueden involucrarse en el dolor ajeno de la manera en que aquí está desarrollado. Están los que fueron víctimas del miedo, del rechazo, de la exclusión por ser diferentes, pero que aprendieron a valorarse y a volver esa diferencia un estandarte de humanitarismo. Luego están aquellos que por su propia naturaleza, son empaticos con el dolor ajeno y pueden sentirlo como propio. Pero ya sea por un camino o por el otro, el valor es invaluable y solo gente así puede convocar al cambio, y volver el miedo de las víctimas un aprendizaje para su vida futura.
    No sé cual de las dos clases de personas podrías llegar a ser, pero no importa, porque al fin de cuentas la tomaste de la mano y te volviste parte suya.

    ResponderEliminar