domingo, 29 de agosto de 2010

VII

No hablo mucho de mi adolescencia. La pienso mucho, claro. Pero está ahí como encapsulada en mi cabeza, burbujeada. Tal vez no la escribo porque no quiero que se pinche y contamine algo, o se contamine con algo. Sin embargo quiero rescatar una imagen: es navidad y hace muchísimo calor. Yo estoy dentro de un armario, a oscuras, conteniendo la risa, aguantándome de estallar de felicidad. Mis amigos están afuera, filmando otra escena de un corto que vamos improvisando en el momento. Por lo que recuerdo yo soy el diablo –vestido de ama de casa, con una gorra de goma espuma, y mucha teta- que llegó a la casa de una mujer y su hija idiota para llevársela –a la hija- a sus dominios oscuros. El diablo llega con la excusa de hacer una encuesta, y cada vez que una respuesta insinúa pecado le guiña un ojo a la cámara. No sé por qué vericuetos argumentales nos habremos metido como para que termine en el armario, a oscuras, esperando salir.
No tengo idea de qué habrá sido de ese video. Javier travestido haciendo de madre castradora; Celeste de hija boba, condenada al infierno por un diablo con una planilla de encuestas; yo haciendo alguna salida espectacular del armario, para cobrarme los pecados.
Soy, en la oscuridad y el calor, quien intenta salir, ansioso, a cobrarse una mala educación.

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