martes, 31 de agosto de 2010

VIII

La imagen VIII es la del poeta que grita “¡Callate, enfermo!”. Está frente al micrófono, de pie, en cueros, exigiendo atención a un borracho que todavía no entiende bien en dónde está. Lee, desmesurado, el poeta, sobre antenas, lagartos, radios y chinches, hasta que con un golpe exageradamente teatral golpea el micrófono con su escualidez y lo tira. Luego pasa una chica al escenario, apesadumbrada, que recoge el micrófono y lee su poesía, lenta y casi silenciosa sobre pijas y flores. Uno a uno van pasando los veintitrés poetas, y uno a uno el público comienza a abandonar el sótano cada vez más lúgubre, cada vez más alcohólico. Ioshua –nueva estreshita de la putopoesía- comienza el recitado diciendo que nadie tiene nada para decir, que la gran falacia del poeta es la de pensarse como voz de su tiempo, porque la poesía no es más que una gran paja mental que de nada sirve. En fin. Después repite pija y merca unas diecisiete veces y se despide con un gran aplauso. Una chica dice que va a leer parte de su diario íntimo y tiembla –yo también- y de repente se enteran todos los borrachos de que es bulímica. Pero a nadie le importa y la despiden chasqueando los dedos, algunos golpeando apenas una mesa. Siguen pasando los poetas y uno lee sobre un hiphopero de la línea D que escuché alguna vez, y me gusta. Otro improvisa, se para sobre una mesa, grita, me mira y se ríe. Es el poeta que se ríe de todos los poetas. Me gusta. Cuando quedamos unas diez personas se acerca otro al micrófono –ya nadie quiere escuchar más- y canta, se calla, habla con su abuelo y su perro muerto, se lamenta, cierra los ojos, mueve los brazos muy lento, nos dormimos y se va. Cómo me cuesta la poesía. O por lo menos presenciar el ritual vivo de la poesía, pensándolo mejor. El terror de leer esa última línea que tiene que llevar al aplauso, y a la que hay que cargar con una teatralidad gigante, como para que todos sepan que ya está, que el poema terminó. Me incomoda y me puteo por haber aceptado una vez más ir a un recital de poesía. Nunca sé en dónde aplaudir –porque los aplaudo a todos, en verdad. Pero se me pasa apenas salgo, me sonrío, no lo pasé tan mal, me digo, creo que me divertí.

Última de todos Heliana pide pasar al escenario. Agarra el micrófono y dice que no va a decir nada, que sólo subió a saludar, para quedar registrada en la grabación que están haciendo. Compro tres libritos que sé que no me van a gustar, y nos vamos.

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