domingo, 7 de noviembre de 2010

IX

Pasa que de repente se vino el verano, y los anteriores también. Pasa que de repente me encuentro en la casa en la que viví hasta el año pasado. Y pasa que me vengo de mis viejos a pasar la noche y me siento al patio, en la reposera, por la noche, a ver como juega Chicha con una pelota desinflada.
Lo que pasa es que en este preludio de verano comienza una trasmutación que molesta –por lo menos al principio- hasta que el cuerpo se acostumbra y la cabeza se ubica. Es como un volver a sentir el cuerpo del verano pasado y la cabeza no entendiera mucho. ¿Cómo puede ser que sea verano y no esté tirado en el viejo sillón de Lomas tomando mate y mirando por la ventana? ¿Cómo es que ya no puedo subir a la terraza a mirar las luces de la plaza? ¿En dónde está la gente del pasado verano?
Volver, casualmente, hoy, la primera noche veraniega, al departamento del año pasado, me caga la vida. O no la vida, pero sí que no me ayuda a poner las cosas en su lugar. En el medio de un sanguchito me atraganto, y me voy a mi vieja cocina. Como un acto reflejo me comunico con los que se fueron y con los que cenaba en esa cocina el verano pasado -u otros veranos, pero en el mismo lugar-, como para que me tiren un ancla y me ordenen los tiempos. Tengo que ubicarme temporalmente, porque los espacios me confunden. Siento como si necesitara meterme en una nueva caja con este cuerpo y estas sensaciones que se repiten.
El patio de la casa de mis viejos es muy silencioso, y la única que vive es Chicha, que va y viene por la oscuridad con la pelota. Desde el verano pasado que no compartía una noche en la reposera con ella, espantándola para que no me coma los puchos. Chicha se para y huele el viento, durante segundos, y se va comer sus trocitos. Mientras, yo intento ver más allá, como si quisiera arrancarle a cada situación un último significado. Arreglátelas con el tiempo –el meteorológico- me digo, y bancátela como hace Chicha, que no tiene miedo de ir y venir por la oscuridad, olisqueando lo que trae el viento, sin ansiedad, sin desesperación, sin melancolías, escudriñando siempre sólo lo que existe –el limonero que se tuerce con el vientito, algún que otro ladrido que nos llega desde no sabemos dónde.

Aparecieron los mosquitos. Me voy a dormir.

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